Configuraciones geográficas y deficientes acuerdos entre compañias telefónicas me sometieron a un cierto aislamiento. Aunque bien comunicado por diversos medios de transporte tradicionales -no olvidemos que estamos en el siglo XXI (otra cosa son las infraestructuras, pues dependen de presupuestos y deseos, y éstos de la política)-, es en este momento cuando dispongo de medios con lo que mantener un hilo conductor respecto a las vivencias que me han tocado, notables, diría, en una semana para recordar, creo que toda la vida.
Manifesté a una amiga, interiormente deseándole lo mejor en su periplo sabático, lo que cierto escritor ya dijo al escribir « Venecias », « un viaje es una vida que nos regalan en el interior de otra ...» Y como el fundador de Apple testamentó en las postrimeras de su vida, ésta tiene un punto y final. Aprovecharla al máximo, hacer lo que uno siente debe de ser la motivación principal. Por eso no me extrañó que algunos de los compañeros con los que compartí solidaridad y buenas intenciones hacia otros seres de este planeta soltaran alguna lágrima en momentos culminantes que tuvimos a bien hacer, conociendo otros duros universos y realidades fuera de nuestras fronteras, pero llenos de coraje. En muchas ocasiones, casi sin darnos cuenta, aflora nuestra humanidad sin pensar, inconscientemente; los ojos se te humedecen, se te encoge cierto músculo y te acuerdas de la poca ética que existe en algunos gerifaltes de tres al cuarto, a los cuales invitarías con sumo gusto a realizar el mismo recorrido. Sería muy educativo... pero, ¿quién piensa en la pedagogía en estos momentos? En mi caso, cierto parkinson puntual y desconocido hizo vibrar la muñeca con la que sujetaba la cámara fotográfica. Creo que no han salido movidas.
Recuerdo muchos detalles, pero también aquel ave de corral que paseaba cercana a un comedor sin preocuparse de lo que le esperaba; percibió, sin embargo, que dos seres humanos le tenían especial predilección sin saber porqué desde hacia rato. Al otro lado del mismo, un grupo de « nasaras » había escogido realizar una visita cultural a cierto emplazamiento histórico y decidieron, como buenos europeos, reservar un escueto menú ofrecido por un típico y único restaurante (...) después de empaparse del urbanismo ancestral que exponía la etnia propietaria. No tuvieron en cuenta que la vida en estas latitudes transcurre con otra medida y mentalidad, pero soportaron estoicamente la espera en el comedor sin organizar ningún « pollo », cosa que es de agradecer. Final surrealista: nuestro alado amigo, negro, fue desplumado y engullido por una mayoria de desesperados estómagos. Sus perseguidores eran africanos y la escena pudo observarse con la claridad del mediodía burkinabés.
El anecdotário es más extenso y no sé si sabré estar a la altura del gran documentalista que me precede, a quien envidio sanamente por la experiencia. Puedo testificar que su cuaderno de campo es más amplio de lo que vemos en líneas precedentes. Procuraré ponerme a su altura, tanto en las circunstancias como de su acierto descriptivo.
¡Ser felices!
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